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| 2025-01-25 |
Sofía ya está aquí. Nació el lunes a las 13:00 aproximadamente. Es difícil prestarle atención al reloj cuando tu hija está en quirofano naciendo.
Entramos en la clínica a primera hora y nos instalamos en nuestra habitación. Poco después, bajaron a Eli a la sala de partos y la matrona empezo a administrarle oxitocina para intentar inducir el parto. Rápidamente vimos que algo no iba bien: cuando empezaban las contracciones provocadas por la hormona artificial, las pulsaciones de Sofía en el monitor se desplomaban, quedandose atrancadas en setenta por minuto. La matrona y la ginecóloga empezaron a ponerse nerviosas.
Visto que, en su opinión, Sofía no iba a aguantar el parto vaginal, decidimos hacer una cesarea con tranquilidad. Ester, la matrona perra vieja que nos tocó, me disfrazo con un mono y gorrito de quirófano y nos fuimos para dentro. Estuve un rato en el pasillo del ala de cirugía, viendo por el ojo de buey de nuestro quirófano como Carlos Dexeus, el anestesista, le ponía la epidural de cesarea a Eli. Laia Oton, la ginécologa que iba a dirigir el fregado, esperaba mientras tanto de manos cruzadas, con la mirada pérdida en el horizonte. Tenía ese gesto característico del artista que va a entrar al trapo y está en ese momento de nervios previo, que no le perturba por estar acostumbrado, pero que le nubla la atención mientras no está absorto en hacer su obra.
Una vez Eli estaba analgesiada, me dejaron pasar y me senté al lado de su cabeza, más allá de la cortina de tela que habían puesto para que ella misma no pudiese ver la zona de operación más abajo. Tanto Laia como Carlos me insistieron en que me quedase sentado en el taburete y que no le echase un ojo al asunto para no desmayarme. Que querían dos pacientes, no tres. Pardillos.
La operación fue rápida y limpia. Bueno, limpia la ejecución y el resultado, porque la barriga abierta y los paños de sangre que iban rezumando no tenían nada de limpio. En unos cuarenta y cinco minutos, Laia consiguió sacar a Sofía. Primero salió su cabeza, luego su hombro derecho, después el izquierdo y ya siguió el resto. Salió totalmente flácida, como un muñeco de trapo, sin respirar y con un toro morado muy fuerte. Pude ver como Laia le desenrollaba el cordón umbilical, que llevaba envuelto al cuello como una bufanda. Durante treinta segundos, se me pusieron los huevos de corbata.
Al poco de ponerse en la báscula del pediatra, y tras un par de cachetes suaves, Sofía empezo a llorar, y el impacto de los huevos dejando de hacer de corbata desencadenó la mayor sensación de dulzura que me haya podido invadir jamás. El pediatra le hizo el test de Apgar, y confirmó que estaba todo bien. La matrona la envolvió en un arrullo y me la entrego, y yo la pude poner al lado de la cara de Eli. Saqué una foto muy bonita de las dos, con Eli mirándola y sonriendo, todavía con la cánula nasal colocada. La foto es chula porque es dulce, pero yo sé que en ese mismo instante Eli tenía el bajo vientre rajado y abierto, sangrando como un cerdo.
Los médicos nos informaron de que todo estaba bien, y una vez cosida Eli, nos dejaron en la sala de reanimación. Fué mi primera visita a una sala de reanimación estando yo sobrio y sereno. Es una imagen bastante patética, la verdad. Todo lleno de gente grogui, con el pringado ocasional que va corto de analgesia y está aullando como un cerdo.
Nosotros tuvimos nuestro momento tierno allí. Eli y yo estabamos en las nubes, Sofía estaba enganchadita en su teta intentando mamar, y todo era rosa.
Estuvimos cuatro días de ingreso, desde ese lunes hasta el jueves. Eli pasó momentos jodidos con la cesarea. Las primeras veinticuatro horas las pasó encamada y con mucho dolor, que fue remitiendo exponencialmente. El jueves ya estaba dando brincos por la habitación. A Sofía la tuvimos que poner a dieta de suplemento, porque salió del quirófano pesando 2.38Kg y el pediatra dictó jeringa para evitar que bajase de los dos kilos. Fueron unos días duros, con Eli limitada de movilidad, las tetas secas y la presión de alimentar a toda costa.
El jueves volvimos a casa y las cosas fueron mejorando. Hemos pasado unos días malos a nivel emocional: el tema de la alimentación es complicado, porque la jeringa es un mal vicio para Sofía (puede rechazar el pecho si se acostumbra mucho al suplemento) pero no podemos depender solo del pecho de Eli. Además, Eli está teniendo unos cambios de humor demoledores. Ordenes de magnitud más fuertes que todo lo visto hasta la fecha. Me está poniendo a prueba, la verdad.
Pero en el fondo, está todo bien. Nos estamos mimando y dándonos unos días tranquilos, y con mucha vida con los abuelos. La semana que viene probablmente ya empezaremos a activarnos más, y yo apretaré un poquito para empezar a retomar mis proyectos. Alguien tiene que traer el bacon a casa.
Eli está siendo muy buena madre, y veo en sus ojos un brillo que me dice que le va a gustar entregarse al rol. Tengo la impresión de que quizás acabemos encarnando esa visión más tradicional de la familia, con el hombre ganando el pan y la mujer cuidando la casa. Pero a gusto, disfrutándolo, y por pura naturaleza. Creo que quizás la cultura y la sociedad que hemos vivido nos ha estado haciendo trileros, y al final este reparto de roles es lo normal y lo deseable.