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| 2024-06-19 |
Ayer tuve bronca otra vez con Eli. Se puso como las cabras por cuatro tonterías. La más divertida era que se sentía menospreciada por el hecho de que yo no quiera ponerme a debatir sobre el nombre de la criatura hasta que estemos a punto de parir. Llegados a ese punto, dí un golpe en la mesa retóricamente y dejé claro que se había acabado, que no estaba yo para discutir gilipolleces. Eli se dió cuenta de que se había pasado y reculó.
Las semanas desde que descubrimos que Eli está embarazada han sido intensas emocionalmente. Eli está en un tiovivo hormonal que le hace tener arranques cómo el de ayer. A veces son de mala leche, y a veces de tristeza. Ambas cosas se me hacen un poco cuesta arriba, pero sobre todo los de mala leche. A la mañana siguiente, Eli siempre viene con el rabo entre las piernas pidiendo disculpas. El ciclo regular cada pocos días de enseñar los dientes y luego poner el cuello me está desgastando más de lo que yo habría esperado, y me encuentro bastante cerca de hacerle ver a Eli que está jugando con fuego. Pero todavía no estoy ahí. Esperaré un poco para ver si las cosas se encauzan solas antes de sacar el hacha.
La parte que más me toco las pelotas de la discusión fué que Eli me acusaba de no darle la importancia y el esfuerzo que merecían a ciertos temas del embarazo. Todos temas de los que no tenemos que hacer absolutamente nada hoy. Esto me tocaba las pelotas especialmente porque, al otro lado del ring me voy a mí, que estoy teniendo la paciencia de un santo desde hace dos años con la forma en que Eli está manejando la clínica y las implicaciones que ello tiene para nuestra economía familiar y por ende, para nuestro futuro. Que Eli vea crítico ponerle nombre al churumbele, y no poner en orden su empresa para evitar acabar discapacitada, sin sueldo, y con deudas, me dejo al borde de un ataque de nervios.
Todo esto está sacando una mala leche en mí hacia Eli que no había sentido en siglos. Diría que desde el 2019, cuando decidió ir a por la clínica y volver a Barcelona me pareciese bien a mí o no. No estoy contento con cómo Eli ha gestionado cosas de la clínica, y ya hace años que se lo he estado haciendo saber para que pasase algo. Ahora mismo, las cosas siguen camino al abismo. Ahora Eli se siente sobrepasada por la inminencia de su embarazo y las implicaciones que tendrá su discapacidad temporal para la supervivencia del negocio. Y me pongo de mala hostia, porque por no hacer los deberes cuando tocaba, y tirar fuerte cuando era el momento, puede que ahora las cosas se vayan a torcer pero bien.
A esta sensación se añade que no siento ningún tipo de aprecio por mi contribución a la economía familiar. Llevo años trabajando como un negro sin descanso. Siempre estando bien empleado, sin darme un respiro. Siempre luchando por negociar mi sueldo y por sacarme el máximo partido. Haciendo cambios de emprea donde primó la parte económica por la calidad de vida. Montando negocietes secundarios, como mi colaboración con Bisq, dar clases con la universidad o lo de las camisetas. Jugándome el dinero invirtiendo, e incluso pidiendo prestado para invertir. Viviendo como un asceta, a pesar de que con el sueldo que tengo podría vivir como un Rey. Dejando de hacer actividades que me gustan con todo ello, para poder tener tiempo de trabajar más y no gastar. Y gracias a todo esto, estamos en una posición financiera privilegiada que nos da un mar de tranquilidad y un mundo de posibilidades.
Pero Eli nunca me lo reconoce. No creo que haya malicia. Simplemente, lo da por sentado.
La combinación de que Eli me monte pollos por cosas que no son importantes, no haga los deberes en su vida profesional, y no me reconozca la mía, me está causando esta sensación fea, fea, fea hacia ella. En los días malos, la miro y siento que se está comportando como una niñata desagradecida. Que se mira el ombligo.
Tengo fe en que lo arreglaremos todo, pero necesito que Eli cambie estas actitudes y volver a mirarla con admiración, en lugar de con desprecio.