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fecha: 2023-05-28
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Ayer estuve cenando con Enric y todos los coleguillas suyos que seremos parte de la despedida de soltero y boda.
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Últimamente hemos tenido que ir a unas cuantas bodas y siempre es un coñazo. Las bodas actuales me parecen un pozo de decadencia, vicio y patetismo. Hay tantas cosas malas sobre ellas que me cuesta decidir por donde empezar.
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El primer punto puede ser el dinero. Las bodas hacen enloquecer a la gente y gastarse una cantidad de dinero que jamás soltarían en circunstancias normales para hacer un fiestón durante un día. Algunos se gastan sus ahorros, otros tiran de las carteras de sus padres, y sospecho que algún pobre lobo hasta pedirá algo prestado para poder permitírselo. Es muy probable que esta misma gente luego pase penurias para llegar a fin de mes, no tenga ahorros para poder sustentarse sin ingresos durante un año y se prive de gastos desagradables pero importantes como invertir en salud, formación o ayudar a un familiar o amigo en apuros. Y no siendo suficiente esto, encima nos obligan a todos los invitados a sangrar dinero preparando disfraces, transporte y una propinilla para ellos, demostrando una total falta de sensibilidad ante las finanzas de su familia y amigos. Si la gente tuviese un poco de dignidad, organizaría un banquete que se pudiesen permitir razonablemente y se negarían a que nadie les diese un duro, demostrando poderío económico y generosidad para sus seres queridos.
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Otro tema son las bodas religiosas. Ni dios va a misa, todo el mundo coincide en que la Iglesia es una organización desfasada y maligna que jode a gente por doquier de las formas más diversas, y la gente se descojona de la religión Cristiana y de sus creencias y cultura. Pero ellos mismos, por razones que escapan a mi comprensión, deciden pasar por el aro y casarse por la Iglesia. Con ello, le pagan a esa organización que detestan, se dejan mandonear por curas patéticos a los cuales no guardan ningún tipo de respeto, hacen promesas durante el rito del matrimonio que les importan una mierda y el viento se llevará, y nos obligan a todos a ser espectadores sumisos de este despropósito.
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Un aspecto que detesto y que permea toda la boda desde el primer minuto hasta el último es el narcisismo de la misma. Los novios desperdician una oportunidad para compartir su amor y su voluntad de convivencia con familiares y amigos y, en su lugar, montan un show donde se pasean en todo momento como el centro de atención y obligan a los asistentes a contemplarles. Básicamente, es como el aniversario de una niña cursi y pedante que se disfraza de princesa y reclama que todo el mundo le preste atención, le diga lo guapa que es y alimente su ego. Los novios podrían hacer de este un día para estar agradecido a los que les han acompañado hasta este momento importante de su vida. Para crear lazos entre los miembros de ambas familias. Para dar obsequios a la gente que quieren. Pero en lugar de eso, nos obligan a hacernos fotos con ellos, a contemplar como bailan y dan discursos carentes de sustancia y a subvencionar su fiesta desproporcionada.
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Y el punto que más me molesta, inspirándome en Bastiat, no es parte de lo que se ve, sino de lo que no se ve: montamos semejante chirimbolo para una boda, pero a nadie se le pasa por la cabeza hacer una celebración de este calibre en momentos verdaderamente importantes. Cuando un amigo cambia de trabajo. Cuando empieza un negocio. Cuando se gradúa. Cuando se recupera de una enfermedad. Cuando arranca un gran proyecto. Cuando se quita de encima a una persona que lo hundía. Cuando gana una competición deportiva. Hemos decido hacer de las bodas, un sucio contrato medieval, un gran evento. Pero para los momento de la vida donde brilla el trabajo, el amor, el futuro, el conocimiento... para eso no tenemos 30.000€ que gastar, un traje elegante y los cojones de hacer un baile ridículo delante de 300 personas.
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El jueves pasado Marcel y yo dimos la primera edición del taller práctico de Bluewallet para novatos en el coworking. Tuvimos siete asistentes (el cupo eran ocho plazas) y estuvo genial. Los asistentes tenían mucho interés, pudimos enseñarles todo tipo de cosas útiles y las interacciones fueron muy fructíferas. Al acabar, Marcel, su tío Albert (uno de los asistentes) y yo fuimos a cenar al Vivant. Estuvimos hablando del Bitcoin, del anarcocapitalismo y la libertad, del comunismo actual en España y de muchos otros temas interesantes. Albert es un médico radiologo que debe rondar los 60 años. Es un hombre de cultura y con ideas libertarias. Tiene escaso conocimiento técnico, pero ve con claridad el encaje del Bitcoin como herramienta necesaria para combatir y escapar el colectivismo actual. También tuvo palabras muy agradables para nosotros y para nuestro grupo en general. Él tiene una actitud pasiva ante la revolución que viene. Considera que su vida está en la recta final y que el futuro pertenece a los jóvenes. En sus propias palabras, "jo ja he fet totes les coses que havia de fer". Y nos obsequió con adjetivos como valientes, trabajadores, inteligentes y luchadores. Nos comparó incluso con los primeros cristianos, por el carácter revolucionario y conflictivo de nuestras ideas, y el secretismo y aire clandestino que tiene nuestra forma de interactuar y organizarnos. Me gustó ver a un perfil así de conservador, aburguesado y anciano mostrando tal admiración por nuestras ambiciones. Fué un soplo de aire fresco en este mar de gente que cree que estamos locos.
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